Con motivo del acto de nombramiento del expresidente de la APPA, Blas de Peñas, como Asociado de Honor 2024, el también expresidente de la asociación, Manuel Mira Candel, le dedicó a su amigo, al que llamó hermano, el siguiente discurso que compartimos a continuación.
Manuel Mira Candel.- Los periodistas tenemos una extraña habilidad para desvirtuar nuestras virtudes y resaltar nuestros defectos. A esa condición se le denomina masoquismo, en un sentido figurativo que en nuestro caso es real como la vida misma. Se me brinda la oportunidad de ser sincero en este momento, para mí especialmente solemne porque se trata de nombrar caballero de la tabla redonda del honor a Don Blas de Peñas Gómez Cuartero, mi amigo, mi gran amigo, mi amigo hermano.
Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar en esta profesión (primer acto de sinceridad) a alguien que hable bien de un compañero, y eso es porque quien habla mal de un compañero, o no habla, o no quiere hablar ni bien ni mal, es porque demuestra evitar que se hable mal de él. Lo digo porque sobre Blas se puede hablar mal o bien de él, como de mí, como de cualquiera, pero nunca se podrá decir que Blas es un mal periodista. Tampoco se podrá de él que es un mal compañero. Mucho menos que es un mal amigo.
Blas es un excelente periodista. Un magnífico periodista. Un periodista que reúne las condiciones de máxima excelencia de la profesión: la humildad, la lealtad y el compromiso. Un magnífico compañero al que la asociación de periodistas debe muchos logros, entre ellos Radio Torrevieja. Él se la bregó y lo consiguió.
Y un amigo entrañable. De ello podemos dar constancia quienes somos sus amigos y le queremos.
Para mí es un honor ser amigo y compañero de Blas de Peñas Gómez Cuartero. Un honor, ser compañero y amigo de Blas. Y para la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante es un gran honor tener como miembro de la institución a un periodista como Blas de Peñas.
Ya sé que habrá alguien que muestre el guiño del desacuerdo. Poco importa, nada importa, cuando estamos ante un periodista con casi sesenta años de su vida dedicados al periodismo, récord impensable en nuestros días.
Sesenta años es toda una vida. Sesenta años en los que ha dado testimonio de su condición de español amante de la libertad y de su profesión. Sesenta años en los que ha defendido la democracia cuando algunos de vosotros ni siquiera habíais nacido. Sesenta años en los que batalló junto a este que os dirige la palabra en la defensa de la transición política. Sesenta años en los que forjó una familia, un sueño, una forma de ser, un sello de identidad en el que destaca, sobre todo, la espada de la lealtad y del sacrificio, del amor a la su profesión y, sobre todo, del amor a su familia, a su mujer, Mari Tere, y a sus hijas.
Pocos saben que una buena mañana se presentó en la redacción de La Verdad diciendo que había sido padre por tercera vez y que había decidido poner a su hija el nombre de LIBERTAD. Blas es un liberal, en el sentido decimonónico de un término tan español como ese, liberal, que se apropiaron los ingleses, un liberal que deja hacer a los demás lo que les apetezca sin que por ello exija a los demás hacer algo por él.
El acto que celebramos hoy es un acto de nobleza, de reconocimiento de nobleza hacia un compañero singular, tal vez único. Un acto en el que (segundo acto de sinceridad) se nos brinda la oportunidad de actuar como un cuerpo profesional al servicio de la búsqueda de la verdad. Un acto de corporativismo profesional. Nos reunimos aquí, ante una tabla redonda, la tabla de honores de la universidad, para dar el espaldarazo de caballero a uno de los nuestros.
Es, pues, un día de gloria.
Es un día en el que los periodistas nos hacemos cuerpo y alma profesionales para hacer de dignatarios ante uno de nuestros compañeros más dignos.
Y no hay que rehuir de estos días de gloria.
Hacerlo es desmerecer lo que somos. Es regresar a las cavernas del periodismo, cuando nuestra profesión era la de un cuerpo elitista que presumía de entrar gratis a los casinos y alardeaban de ser invitados a los ágapes políticos.
Estamos en la obligación de otorgarnos a nosotros mismos la distinción de ser quienes estamos en primera línea de combate en defensa de los valores más apreciados por la sociedad: los valores de la democracia, de la libertad y de la lealtad a unos principios profesionales y éticos genuinamente periodísticos. La obligación de serlo y de exigir a las instituciones ese reconocimiento.
La designación del asociado de honor tendría que ser un acto de fidelidad a esos principios que nos marcan ante la sociedad. Los méritos de Blas de Peñas Gómez Cuartero tendrían que ser compartidos por todos, para mirarnos en él y sentirnos orgullosos al hacerlo. Por ser él y por quien ostenten este título en años sucesivos.
En estos tiempos que corren tan convulsos y desalentadores, nunca estuvo la sociedad a la que servimos tan pendientes de nuestra labor. Y la verdad, creo (último acto de sinceridad) que el periodismo no está a la altura de lo que esa sociedad espera de él. Nos estamos dejando manipular por unos y por otros. La profunda crisis política y social en la que vive nuestro país está descubriendo la profunda brecha que existe en el periodismo profesional y no profesional, la brecha entre periodistas y oportunistas que juegan a serlo. Los órganos institucionales del periodismo, léase colegios profesionales, asociaciones o colectivos, son los únicos que no se han manifestado, con una única voz, ante los riesgos evidentes que amenazan a nuestro país. Tampoco lo hizo la Conferencia episcopal. Periodistas y clero, curioso alineamiento.
Jueces, arquitectos, ingenieros, abogados, etc. lo han hecho. Y no me convence el argumento de que en un colectivo de decenas de miles de profesionales es imposible uniformizar las voces. Sí se puede, y se debe, cuando está en juego la libertad de un país, la independencia de los jueces, la dignidad de nuestra democracia, la solvencia de nuestra constitución.
De seguir manteniendo las posiciones de autodefensa actuales, bien parapetados en nuestra trinchera corporativa, pensando que, así, obramos con imparcialidad, mucho me temo que la clase política en su conjunto, para librarse de responsabilidades, empiece pronto a apuntar con el dedo a los periodistas como los únicos culpables de cuanto sucede. Las redes sociales son un peligro. Ya se habla por ahí de que esta es la guerra del periodismo. No lo consintamos.
No es cierto que el periodista haya venido a este mundo a contar las cosas que pasan. Hemos venido a informar, cierto, de cuanto ocurre, pero descendiendo a los sótanos donde se esconde la verdad; hemos venido a ser beligerantes contra quienes manipulan esa verdad; hemos venido para reconocernos humildes, cierto, pero también útiles en la defensa de los principios constitucionales; hemos venido para respetar la información y las opiniones de todos, pero dejando bien claro que, por encima de unos y otros, están la democracia y la libertad.
El mundo se orienta hacia el colapso total. Un periodista universal, Larry King, el americano de los tirantes, defendió recientemente en su programa de televisión la condición máxima del periodista de nuestros días: ser valiente.
El día que este país estrenó la libertad después de 40 años de dictadura, este periodista de honor, Don Blas de Peñas Gómez Cuartero y yo estrenamos unas blaziers cruzadas con botonaduras doradas y así fuimos a refrendar la Constitución. El 23 F, grupos nazis, no como los de ahora, entonces armados con bates de béisbol, nos buscaban por las calles de Elda. Pero fuimos valientes. Y seguimos siendo lo que somos: periodistas.
Hoy es un día de fiesta para los periodistas, porque, al rendir honores a uno de nuestros compañeros más queridos, se nos invita a todos a merecerlos.